UN ESFUERZO COLECTIVO


Cuando pensamos en cualquier deporte o empresa, nos damos cuenta que, para que éstas puedan alcanzar las metas que se proponen, deben aplicar un esfuerzo proporcional al desafío planteado. Es decir, y a modo de ejemplo, si a un barco de gran tamaño le acoplas el motor de una embarcación pequeña, sucederán posiblemente dos cosas: el barco apenas se moverá y el motor puede llegar a quemarse en poco tiempo. ¿Por qué digo esto?

Pensemos en la iglesia. He conocido todo tipo de iglesias: rurales, urbanas, grandes, pequeñas, tradicionales, emergentes, frías, cálidas, etc.… Algunas con el tiempo han ido a menos, otras han crecido de manera sorprendente. Pero, a mi modo de ver y según entiendo a través de lo que la Palabra nos enseña, es que todas y cada una de las iglesias debe esforzarse según el potencial que Dios ha puesto en ellas.

Si pensamos en el párrafo que encabeza este escrito, una iglesia como la nuestra, con grandes necesidades internas y a la vez con un gran desafío que apunta hacia fuera, requiere una “maquinaria” potente para hacerla funcionar. Tenemos niños, adolescentes y jóvenes a los que atender; familias con situaciones complejas que requieren apoyo; necesidad de profundizar en la Palabra; el desafío de alcanzar a personas que nos rodean con un Evangelio transformador. Y el listado de necesidades y desafíos es mucho más largo. No hay persona que pueda, ella sola, acometer tan gran desafío. Esta “gran embarcación” requiere del esfuerzo de todos, requiere un esfuerzo colectivo.

Tomemos nota de lo que Pedro escribió en su segunda carta y que encaja muy bien con esta reflexión:

“Por eso debéis esforzaros por añadir a vuestra fe la buena conducta; a la buena conducta, el conocimiento; al conocimiento, el dominio propio; al dominio propio, la paciencia; a la paciencia, la devoción; a la devoción, el afecto fraternal; y al afecto fraternal, el amor. Si poseéis estas cualidades y las desarrolláis, ni vuestra vida será inútil ni habréis conocido en vano a nuestro Señor Jesucristo.” (2ªPe. 1: 6, 7)

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