UN ÁRBOL QUE CRECE


Bienaventurado el varón
que no anduvo en consejo de malos,
ni estuvo en camino de pecadores,
ni en silla de escarnecedores se ha sentado,
sino que en la ley de Jehová está su delicia
y en su Ley medita de día y de noche.
Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
que da su fruto en su tiempo
y su hoja no cae,
y todo lo que hace prosperará.
No así los malos,
que son como el tamo que arrebata el viento.
Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio
ni los pecadores en la congregación de los justos,
porque Jehová conoce el camino de los justos,
mas la senda de los malos perecerá.
Salmo 1

Desde hace algunos años mi interés por las flores ha ido creciendo, hay algo en las flores que a muchos nos atrae, sobre todo debido que nos transmiten paz y gozo con sus colores y aromas.  Mientras seguía su diario crecimiento, continuaba aprendiendo sobre las necesidades de aquellos seres vivos: agua, luz y nutrientes que ayudan con su desarrollo.

Los creyentes somos similares a las plantas, debemos echar raíces que puedan penetrar en la tierra, para obtener los nutrientes necesarios que permitan al tronco crecer, las ramas retoñar y esparcirse, las hojas captar los rayos del sol y llevar a cabo la tan necesaria fotosíntesis, todo esto para lograr florecer.  Sin embargo; en ocasiones este crecimiento y floración no siempre son evidentes en nuestras vidas, debido que es más sencillo sentirse mal por la rutina de la vida y limitarnos a existir sin movernos hacia la madurez y la verdadera vida fructífera.

Es en esos momentos que como creyentes debemos despertar de nuestro sueño e inactividad y mirar al Señor Jesús, el “Sol de Justicia” (Malaquías 4:2), quien calentará nuestros corazones con su amor.  Además, debemos arraigarnos a la Palabra de Dios meditando de día y de noche en Él (Salmos 1:2).  Solamente así seremos como ese árbol fructífero que crece fuerte junto a ríos de agua viva, con ramas que retoñan y se extienden para influenciar y cuidar a quienes lo necesitan.

  1. Si estás inmóvil y sin crecimiento por las situaciones de la vida, es tiempo de crecer, mirar a nuestro Señor y seguirlo.
  2. Nos deterioramos cuando el crecimiento se detiene.

“Más bien, creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3:18).

Mi devocional

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