DÍA 4: SEÑOR, ¿NO TE IMPORTA?


Jesús, nombre sobre todo nombre

Estoy convencido de que todos hemos leído o hemos escuchado alguna vez el pasaje bíblico que encontramos en Marcos 4:35-40 y que hemos dado a llamar: “Jesús calma la tormenta”. En él, se relata cómo, al caer la noche, Jesús les pide a sus discípulos que le lleven a la otra orilla del mar de Galilea. Jesús que, como es natural, está cansado después del día que ha tenido, en cuanto zarpan, se acuesta en la parte posterior de la barca, apoya la cabeza en una almohada y se queda dormido. Al poco, surge una tormenta. Las olas comienzan a golpear la barca y ésta comienza a llenarse de agua. Aun así, ¡Jesús sigue durmiendo!

Lo cierto es que la mayoría de los discípulos eran pescadores profesionales, acostumbrados, con toda seguridad, a superar más de una tormenta. Pero ésta debió haber sido una tremenda tormenta, ya que se asustaron realmente. La barca se balanceaba y se agitaba, y el agua estaba entrando dentro de ella. Ante su desesperación, los discípulos, despertaron a Jesús y le hicieron una de las preguntas más importantes de la vida: “Señor, ¿no te importa?”.

¿Cuántas veces hemos hecho nosotros esta pregunta a Dios? “Señor, ¿no te importa?” “Estoy pasando por una enorme dificultad y ¿no te importa?” “Mi matrimonio zozobra y ¿no te importa?” “El médico me ha detectado una enfermedad grave y ¿no te importa?” “No tengo trabajo, ni dinero y las facturas se acumulan y ¿no te importa?” “Mi familia está sufriendo, yo estoy sufriendo, y ¿no te importa?”… “¿No te importo, Dios?”

La respuesta es sí, a Dios le importa, a Dios le importas. De hecho, a Él le importa todo esto más que a ti. Él quiere ayudarte más de lo que tú quieres Su ayuda. ¿Lo sabías? Déjame que te lo explique.

Mira, el verdadero problema es que nosotros nos hemos convertido, con el tiempo, como los discípulos, en verdaderos especialistas en superar tormentas, pero, y ahí está la cuestión,  por nuestras propias fuerzas. Estamos más que acostumbrados a afrontar los problemas nosotros solos, sin contar, en muchas ocasiones, con Dios (¿para qué si yo puedo?). Y solo nos acordamos, como dice el refrán, de Santa Bárbara cuando truena. Solo cuando vemos que el problema nos supera, cuando nuestra vida, como la barca, se tambalea, zozobra, y nos vemos con el agua al cuello, solo entonces, buscamos la ayuda de Dios y es, en ese preciso momento, cuando  descubrimos que resulta que Dios parece dormido, pues no responde a mis súplicas, pareciera que me haya abandonado, que no le importa nada lo que pueda sufrir o me pueda llegar a suceder.

Pero, realmente, ¿Dios está dormido? No, no es así, no te equivoques, Dios no duerme, a Dios lo dormimos nosotros. Y lo dormimos cuando nos desconectamos de Él, cuando vivimos nuestra vida, nuestra vida a nuestra manera, sin contar con Él, cuando vivimos vidas egoístas, camuflados en este mundo, cuando menguamos la llama del Espíritu. Y solo lo despertamos, y lo llevamos muchas veces somnoliento, para hacer mi devocional o para ir a mi grupo ADN o a la Iglesia. ¿Y el resto del tiempo? ¿Qué pasa con el resto del tiempo? ¿Dónde está Dios? Yo te lo digo, durmiendo. Lo tenemos adormecido.

Y llegan las grandes tormentas y es entonces cuando  necesitamos urgentemente que se despierte para sacarnos de aquellos problemas que no podemos manejar (el genio de la lámpara maravillosa, solo lo despierto para pedirle un deseo y así poder continuar con mi vida). Piénsalo, ¿realmente a Dios no le importas o es a ti a quien no te importa Dios lo que debiera?

¿Estás pasando hoy por alguna dificultad, algún problema te está agobiando? Clama a Dios, chilla, grita, despiértalo, y espera en Él, claro que sí, pero no permitas, bajo ningún concepto,  que vuelva a dormirse nunca más. Y eso, eso no es cosa de Dios, sino solo tuya. Pues Él siempre está despierto, Él siempre está dispuesto, ¿y tú? Medítalo y actúa en consecuencia.

Juan Andrés Durán

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