“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”. (Juan 8:12)
Uno de mis recuerdos favoritos de la infancia tiene que ver con las luces de la Navidad. Nos subíamos todos al coche y mi padre nos llevaba al centro de la ciudad, a recorrer las calles decoradas con las luces. ¡Qué bonitas! Brillando en la oscuridad.
La luz además de ser bonita tiene propiedades curativas. La vitamina D viene de la luz solar – por nombrar solo una.
Y la falta de luz solar sería una catástrofe para el planeta. Las plantas no podrían vivir y sin ellas, sin su fotosíntesis que purifica el aire que respiramos, nosotros tampoco podríamos vivir.
Decir luz es decir vida.
Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”. (Juan 8:12)
Por eso asociamos la luz a la Navidad. Celebramos que vino Jesús, la luz, a darnos vida.
Cuando los días son cortos, la luz escasea. Este año difícil, oscuro, lleno de noticias terribles, de temor y de muerte, termina con la celebración del nacimiento de Jesús, LA LUZ, que vino para darnos vida.
Susi Mefford