DÍA 16: UNA PAZ QUE NO DEPENDE DE LAS CIRCUNSTANCIAS


Jesús, nombre sobre todo nombre

“He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Isaías 38:17)

Si por algún nombre se conoce a Jesús en época de Navidad es por el de Príncipe de Paz. Pero ¿por qué Príncipe de Paz? Tendría sentido si el mundo hubiese entrado en una fase de paz tras su venida. Pero no fue así. Y la realidad es que, según Mateo 10:34, Jesús mismo dijo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada” (por supuesto, Jesús no dijo que su propósito fuese traer espada, sino que su nombre traería espada por la habilidad del ser humano de malinterpretar y solucionar las diferencias con violencia).

Aun así, sigue siendo totalmente cierto que Jesús es el Príncipe de Paz y su venida trajo paz a la tierra. Pero, ¿cómo? La respuesta se puede encontrar, por ejemplo, en las palabras que ves arriba extraidas del libro de Isaías. Eran palabras del rey Ezequías y fueron pronunciadas tras una enfermedad que casi le cuesta la muerte. Aunque solo mencione una vez la palabra “paz”, en realidad parece estar hablando de dos tipos de paz diferentes. La primera es la paz de saberse sano físicamente, mentalmente, emocionalmente, tranquilo, sin problemas aparentes. La segunda es la paz de saberse perdonado y reconciliado con Dios en todo momento, se vea como se vea nuestra vida.

La primera es una paz superficial, efímera y vulnerable, que depende al 100% de las circunstancias externas, mientras que la segunda es una paz profunda, duradera y estable, que depende únicamente de una cosa, la cual ya ocurrió una vez y para siempre: la CRUZ.

Es la paz que expresó Simeón al ver al niño recién nacido: “Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz… Porque han visto mis ojos tu salvación” (Lc. 2:29-30). Es la paz de saberme siempre (y repito: siempre) en paz con Dios. Es la paz de saber que Dios conoce todos los rincones de mi corazón, incluso los más oscuros, y aun así me perdona porque desea estar conmigo aquí y en la eternidad. La paz de saber que el Dios perfecto y el yo imperfecto podemos caminar de la mano, tal como lo diseñó desde el principio, y que incluso me invita (a mí, al torpe, al inepto…) a ser usado por Él para redimir a otros.

No importa si caigo enfermo, si me despiden del trabajo, si aparecen crisis personales, si alguien me falla, si le fallo a alguien, si cometo una salvajada o siquiera la pienso… Qué paz poder decir siempre a Dios: “A pesar de todo y a pesar de mí, tu Espíritu no me abandona, y eso es todo lo que necesito”.

Y esto gracias a que Jesús echó mi pecado sobre sus espaldas en una cruz, sufrió el rechazo de Dios en mi lugar y construyó un puente para que pudiese cruzar el abismo que, de otra forma, me separaría de Dios. Es por ello que llamamos a Jesús el Príncipe de Paz.

Pau Abad

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