Jesús, nombre sobre todo nombre
La Navidad es sinónimo de paz. En todo lo que rodea al nacimiento de Jesús se respira paz. Lo dijeron los ángeles a los pastores, que descansaban al abrigo del fuego, al anunciar el nacimiento del Mesías: “… en la tierra paz”. Lo cantamos continuamente en los villancicos, de los cuales el más famoso y extendido es “Noche de Paz”. Nos deseamos paz y prosperidad. Y, por supuesto, celebramos al Príncipe de Paz.
No dudo que el momento de la Natividad fuese un momento lleno de paz (aunque probablemente el pesebre no fuese tan cómodo como lo parece en nuestros belenes). Sin embargo, viendo cómo continuó el guion de la historia, se corrobora que después de la calma viene la tormenta.
Porque Jesús vino al mundo y lo puso patas arriba (a tal punto que tuvimos que dividir la historia en “antes y después de Cristo”). Las escenas del nacimiento de Jesús rebosan de paz y harmonía, sí, pero no tienen nada que ver con las escenas a las que después se vio expuesto y luego sus discípulos. Tampoco veo mucha paz en las misiones que nos confió a sus seguidores. ¿Amar incluso a nuestros enemigos? ¿Hacer discípulos de aquí a lo último de la tierra? ¿Cuidar de los más vulnerables y marginados? (Por decir algunas). No sé, creo que prefiero irme a un spa o quedarme en casa viendo Netflix.
Si esto nos resulta una paradoja es quizá porque no hemos entendido que la paz del Príncipe de Paz es una paz diferente a la que el mundo nos vende. Jesús dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Aquí Jesús les estaba advirtiendo a sus discípulos que, desde un punto de vista humano, iban a venir tiempos de poca paz, pero que en esos tiempos iban a contar con Su Paz. Una paz que experimentaron cuando, por ejemplo, después de haber sido amenazados, golpeados e intimidados, “salieron… gozosos de haber sido tenidos dignos de padecer por causa del Nombre” (Hechos 5:41).
El nombre de Jesús trae paz, pero primero trae alboroto. Jesús alborotó el mundo y ha alborotado la vida de quienes hemos decidido seguir sus pasos. Nos ha cambiado los planes, las prioridades, nuestro propósito en la vida. Ya no vivimos para tener una vida cómoda y lo más tranquila posible, sino para vivir una vida intensa y plena junto a Él… ¡Bendito alboroto! Pero en medio de ese alboroto, contamos con la paz de Jesús, paz verdadera, paz que supera todo entendimiento, cuando aceptamos el desafío de seguirle de corazón y buscar Su voluntad por encima de la nuestra. No me preguntes cómo lo hace, pero lo hace.
Pau Abad