“Entonces Pedro, abriendo su boca, dijo: – De veras, me doy cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que en toda nación le es acepto el que le teme y obra justicia” Hechos 10:34-35
Los discípulos de Cristo tuvieron que afrontar numerosas situaciones difíciles, pasaron por persecución, maltrato, tortura y muerte. Pero hubo algo que el Señor se preocupó mucho de hacerles ver, y es que, en la esencia del Evangelio, está el hecho de que es universal, de que no hay acepción de personas, de que no es solo para un grupo de elegidos, ni para un solo pueblo, como el judío. Es el Mensaje para toda la humanidad, lo cual ha sido el propósito de Dios desde el principio (Génesis 12:1-3, Salmo 67, Isaías 49:6; 51:4-5, Lucas 2:25), y el mismo Jesucristo lo reafirma (Mateo 28:18-20)
En nuestro mundo globalizado, podemos pensar que hemos superado este aspecto, que realmente vivimos con todo tipo de personas de diferentes razas, pensamientos, modos de vida, religión… Pero ¿realmente es así? ¿Podemos decir que somos capaces de ver a nuestro alrededor a todas las personas sin hacer distinción entre ellas?
El apóstol Pedro había convivido con Jesús, visto como se acercó a todo tipo de personas, pobres y marginados, leprosos, ricos y adinerados, corruptos, pecadores… etc. Sin embargo, tuvo que recibir una potente lección para llegar a decir: “de veras me doy cuenta de que Dios no hace distinción de personas”. En el capítulo 10 del libro de Hechos, Lucas nos narra como Pedro, estaba orando a la hora de la comida en la terraza de la casa de Simón en Jope, a orillas del Mediterráneo (v9), Dios le puso delante, en una visión, la imagen de muchos animales de los cuales, el pueblo judío no podía comer porque se consideraban “impuros” (Hech. 10:11,12). Él estaba con mucha hambre (v10), y al Señor solo se le ocurre ponerle delante la imagen de todo aquello que nunca comería. Entonces le dice: “Levántate, Pedro, mata y come” (Hech.10:13; Hech. 11:7), es lo último que pensaría Pedro hacer, de hecho, su respuesta fue: “Señor no, porque ninguna cosa común o inmunda entró jamás en mi boca” (Hech.11:8). Podemos reflexionar sobre este mandamiento:
- Levántate Pedro: es un llamado personal a la acción. Implica obediencia. Muchas veces no entendemos el Plan de Dios, de hecho, Pedro no comprendió el mensaje hasta el final, pero obedeció. Es imposible que podamos entender los caminos de Dios (Isaías 55.8), solo conoceremos Su Plan según vayamos caminando en obediencia. Puede que no comprendas lo que Dios te pide o quiere de ti, pero no lo entenderás hasta que te pongas en marcha y obedezcas. Puede que, como Jonás no creas que algunas personas merezcan la salvación, pero recuerda que el juicio no es nuestro y que ninguno la merecemos por nosotros mismos, ninguno.
- Mata: Obedecer implica eliminar nuestros prejuicios de manera intencional, quitar de nosotros todo lo que estorba para que fluya la Palabra de Dios, renovando nuestro entendimiento para poder comprobar la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Los prejuicios nos apartan de las personas, generan barreras e impiden que la Palabra llegue a muchos corazones.
- Come: Ahora, después de decidir obedecer el llamado de Dios y eliminar prejuicios, es el momento de hacer nuestro el mensaje, de ponerlo por práctica. Al comer hacemos nuestro el alimento, lo incorporamos totalmente a nuestra vida. Como dijo Jeremías “Fueron halladas tus palabras y yo las comí, y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón, porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová de los ejércitos” (Jeremías 15:16). Es el momento de vivir un Evangelio donde el amor por Cristo nos llene de amor por nuestro prójimo.
El Señor respondió a Pedro: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (Hech. 11:9).
REFLEXIONA:
Cuando pienso en la tremenda misericordia que el Señor ha tenido conmigo, su paciencia, su amor incondicional, su fidelidad… miro mis prejuicios y me avergüenzo. ¿Quién soy yo para hacer distinción entre las personas? Encarnarse, aproximarse, tocarnos, y amarnos hasta el final, morir por cada uno de nosotros, hacernos partícipes del poder de su resurrección, sin hacer acepción, para todo pueblo y nación, para toda la humanidad. El no ha hecho acepción de personas… ¿lo haces tú?
Paloma Ludeña