UN JUGADOR DE CAMBIO


Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús:

Él, siendo en forma de Dios,
no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo,
tomó la forma de siervo
y se hizo semejante a los hombres.
Mas aún, hallándose en la condición de hombre,
se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz.
Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas
y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
10 para que en el nombre de Jesús
se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra;
11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,
para gloria de Dios Padre.

Filipenses 2:5-11

Los deportistas de equipos de cualquier deporte siempre quieren jugar, y siempre recordarán las ocasiones en las que fueron enviados “al banquillo” (dejar de ser titular y pasar a ser un jugador de cambio).

La labor de un capitán de equipo no se limita a dar órdenes a sus compañeros durante el partido, su responsabilidad se extiende a situaciones más allá de la cancha.  Cuando un jugador es relegado al banquillo, parte de la labor del capitán es conversar con ese jugador, e indicarle que él ha aprendido muchas lecciones en la vida deportiva, y parte de ellas es estar en el banquillo en algunas ocasiones.  Una vez que se está en esa posición, puedes escoger sentirte muy mal o puedes tomar la decisión de mejorar y mostrarle al entrenador que eres capaz de sobreponerte a las adversidades.

Siempre será humillante sentir que nos han bajado de rango, que nuestros privilegios han disminuido, o que nos han sido reducidas nuestras responsabilidades.  Igual que los deportistas podemos escoger deprimirnos o tomar esta situación como parte del adiestramiento del Señor para con sus hijos e hijas.  El apóstol Pedro nos recuerda este principio de esta manera: “…Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes.  Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que él los exalte al debido tiempo” (1 Pedro 5:5-6)

De esta misma forma, el apóstol Pablo también nos indica que nuestro Señor Jesús fue un ejemplo de sumisión humilde a Dios.  El descendió del cielo para convertirse en un hombre, y no se quedó ahí, ya que estando en esa condición se hizo un “siervo”, a tal punto que murió injustamente en la cruz para pagar por una culpa que no era de Él, sino nuestra (Filipenses 2:6-8).

  1. Ser humildes y sumisos a nuestro Dios no es una señal de debilidad, sino evidencia de una persona que refleja el carácter y prioridades de nuestro Señor.
  2. El Todopoderoso Dios, dejó su lugar en el cielo, y nació en un lugar indigno de su majestad, trabajó de forma humilde como un carpintero y lo despreciaron por hablar la verdad; a pesar de ello no fue disuadido y nos amó de tal forma que dio su vida por ti y por mí.

«Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que él os exalte al debido tiempo». (1 Pedro 5:6)

Mi devocional

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