¿Dónde está, oh Muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh Muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la Muerte es el pecado, y el poder del pecado, la Ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! 1 Corintios 15.55–57 (BTX)
Pablo se refiere a versículos del Antiguo Testamento (Is 25:8; Os 13:14). El aguijón de la muerte es el pecado. Y la ley nos enfrenta a la realidad del pecado y, al hacerlo enumera las múltiples formas en las que este se concreta, como los síntomas de una enfermedad. Pero Jesús nos salva no de los síntomas sino de la raíz misma del pecado, el alejamiento de Dios, al romper con su muerte el muro que nos separaba. Esta es la razón de que, la muerte, pierda su capacidad de dañarnos, de atemorizarnos (su aguijón). De modo que, en ciertas maneras, la muerte es, ahora, como una abeja sin aguijón. Y por lo tanto, con la resurrección, la muerte pierde su poder sobre nosotros.
“Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria [sobre el pecado y la muerte del cuerpo] por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:57)
La victoria de Cristo sobre la muerte comenzó cuando Él se levantó del sepulcro. Y su victoria sobre la muerte será completa cuando resucite a todos sus seguidores. Después, Dios lanzará la muerte y el Hades al lago de fuego (Ap 20:14).
Pablo cierra este capítulo con palabras de ánimo y exhortación.
“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano” (1 Corintios 15:58).
Antonio Calero