El lavamiento de pies


Se levantó [ Jesús] de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Juan 13.4–5

Jesús se había propuesto pasar su última noche compartiendo una comida privada con sus discípulos, y había hecho arreglos con un amigo para que le prestara su habitación de huéspedes, a la que Jesús describe como ‘un gran aposento alto ya dispuesto’ (Marcos 14.15). Durante la cena, Jesús lavó los pies de sus discípulos y les dijo que siguieran su ejemplo. Algunas iglesias protestantes (por ejemplo, los menonitas) incorporan el lavamiento de pies en su servicio de comunión. Otros creen que Jesús no estaba instaurando una ceremonia sino más refiriéndose a una práctica cultural corriente. Traspuesto a nuestra cultura, Jesús hubiera estado comunicando que si nos amamos unos a otros estaremos dispuestos a servirnos unos a otros, y ningún acto de servicio sería demasiado indigno o sucio.

El lavamiento de pies fue algo más que un ejemplo de la humildad en el servicio; también fue una parábola de la salvación. Primero Pedro se negó a que Jesús le lavara los pies. En ese caso, dijo Jesús, Pedro no tendría comunión con él. Entonces Pedro pidió que también le lavara las manos y la cabeza. Jesús respondió: ‘El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos’ (Juan 13.10).

Queda claro a partir de estas palabras que el lavamiento era figura de la salvación. La costumbre social que había detrás de esta diferencia les era conocida. Antes de salir a cenar a la casa de un amigo, el invitado se daría un baño. Luego, al caminar ya sea descalzo o con sandalias, sus pies se volverían a ensuciar; al llegar a la casa un esclavo le lavaría los pies, pero no tendría necesidad de darse otro baño. Cuando primero llegamos a Jesús arrepentidos y con fe, recibimos ‘un baño’. Teológicamente, se llama ‘justificación’ (recibir una nueva posición) o ‘regeneración’ (experimentar un nuevo nacimiento), ambos dramatizados en el bautismo, el cual es un acto irrepetible. Entonces, como continuamos cayendo en pecado en las sucias calles del mundo, lo que necesitamos no es otra justificación o regeneración o bautismo, sino el perdón diario, simbolizado en nuestra sistemática concurrencia a la Cena del Señor. De modo que Pedro hizo dos errores opuestos. Primero, protestó contra ser lavado en absoluto. Luego pidió un baño, cuando lo único que necesitaba era el lavamiento de sus pies. ¡Que Dios nos dé la capacidad de comprender la diferencia!

Para continuar leyendo: Juan 13.1–15

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