“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no está llevando fruto, la quita; y toda rama que está llevando fruto, la limpia para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como la rama no puede llevar fruto por sí sola, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros las ramas. El que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto. Pero separados de mí, nada podéis hacer” Juan 15:1-5
Para reconocer un árbol, lo más sencillo es examinar el fruto que produce. Cuando vemos un árbol cargado con manzanas, incluso un niño sabe que es un manzano. El Señor quiere hablarnos a través de esta imagen; a menudo él emplea cosas sencillas de la naturaleza para enseñarnos realidades espirituales.
Si he aceptado la salvación que Cristo ofreció en la cruz, si he recibido, junto con su perdón, la vida eterna, mi conducta y mis amistades deben demostrarlo. Mis hechos, mi comportamiento, mi forma de hablar corresponderán a mi naturaleza de cristiano, estarán de acuerdo con esta nueva vida que Dios me dio. “Yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18). No nos dejemos engañar: más allá de las apariencias, veamos los frutos. Dios invita a sus hijos a mostrar efectos concretos de la vida divina en ellos, a añadir a su “fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor”. ¡Pidámosle que nos dé la fuerza para llevar tales frutos! La Palabra de Dios añade: “Si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto” (2 Pedro 1:5-8).
Los agricultores saben que la calidad de las frutas depende de la vitalidad del árbol; hay que alimentarlo, protegerlo y podarlo si se quiere tener buenas frutas. Esto es lo que el Señor quiere hacer con cada uno de sus redimidos. Permanezcamos bien arraigados en él y así llevaremos frutos que lo honren (Juan 15:2, 5).
Elías Nofuentes