Jesús, nombre sobre todo nombre
“Siempre habrá harina y aceite de oliva en tus recipientes, ¡hasta que el SEÑOR mande lluvia y vuelvan a crecer los cultivos!”. 1º Reyes 17:14
Dice la historia que aquel año fue tremendamente seco. Por un largo tiempo no asomó nube en el firmamento ni gota cayó sobre la tierra, a duras penas se veían frutos en los cultivos.
Sin duda corrían tiempos muy difíciles, pero todos sabemos que en momentos de dificultad siempre sufren más los que menos tienen. La heroína de nuestra historia era una mujer viuda que trataba, con todas sus fuerzas, de encontrar algo que pudieran echarse a la boca su hijo y ella. Sin duda, el hecho de ser el único miembro de la familia que podía traer sustento era tarea difícil, pero ella además era mujer y le resultaba imposible encontrar un trabajo para poder atender a su hijo.
Cuando esta estaba juntando algo de leña para preparar una última comida, ya sin ninguna esperanza, se le acercó un hombre que la desafió a creer y esperar en Dios. ¿Te imaginas? Le pidió que le hiciese un bollito de pan con lo último que le quedaba con la promesa de que “Siempre habrá harina y aceite de oliva en tus recipientes, ¡hasta que el DIOS mande lluvia y vuelvan a crecer los cultivos!”. La mujer introdujo su mano hasta el fondo del frasco de harina para tratar de coger todo lo que le quedaba, después tomo la aceitera y la volcó hasta que el poquito de aceite que quedaba en el fondo recorrió su último camino cayendo como lágrimas sobre la harina. Finalmente, la amasó con sus manos temblorosas y la horneó. Tras haberle hincado el diente a aquel humeante bollito de pan, el hombre le dijo: “ahora ve y haz uno para cada uno de vosotros”. A pesar de sus ojos de incredulidad, aquella mujer recorrió aquella distancia dando pasos de fe e introdujo de nuevo la mano en el frasco de la harina. Cuál fue su sorpresa cuando comprobó que, a pesar de que parecía imposible, el frasco tenía de nuevo harina. Sacó un puñado tras otro y se apresuró a tomar del asa la aceitera. Nada más levantarla notó que algo contenía debido a su peso. Inclinó la aceitera y vio cómo la dorada cascada de aceite caía sobre la harina. Tras amasarlos y hornearlos, su hijo y ella empezaron a comer aquellos bollitos calientes que sin duda le sabían a gloria. Y termina esta parte del texto diciendo que tuvieron para muchos días conforme a la promesa.
Vivimos tiempos difíciles, especialmente difíciles para algunos. Tiempos que sin duda echan por tierra toda esperanza y hacen imposible tirar adelante. Tiempos que nos obligan a armarnos de valor y tratar, con todas nuestras fuerzas, de encontrar algo para sustentar a los nuestros. Y pese a la solidaridad de algunos, la ayuda recibida se muestra insuficiente. Es en esos momentos cuando tenemos que recordar que el Dios de lo imposible está a una oración de distancia. Debemos acudir al único que puede salir a nuestro auxilio y recorrer la distancia que nos separa con pasos de fe. Acercarnos a aquel que puede sacar del lugar menos esperado un manantial o puede de la manera más insólita proveer de sustento. Sin él es imposible, pero con Dios todo lo puedo (Filipenses 4:12-13). Sólo él puede salvarnos.
Él es el Dios de los milagros y el que promete a aquellos que confían en Él que “siempre habrá que comer en tu casa, ¡hasta que el SEÑOR provea de un trabajo para sustentarte! Tan solo nos pide creer en Él y andar en fe para comprobar que Él es el Dios de lo imposible.
¿Estás dispuesta/o a darle hoy una oportunidad y creer en Él?
Josué Calero
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