25 días con un mismo Espíritu
«Pero algunos de los que habían acompañado a David, gente desalmada y ruin, dijeron: como no han venido con nosotros, no tendrán parte del botín recuperado. Que cada cual tome a su mujer y a sus hijos y se marche. Pero David replicó: no podéis hacer eso, hermanos, pues ha sido el Señor quien nos lo ha dado; él nos ha protegido y nos ha entregado la banda que nos había atacado. Nadie tendrá en cuenta vuestro parecer en este asunto, y tanto el que entra en combate como el que guarda el equipaje, tendrá la misma parte. Y desde aquel día hasta el presente esto ha sido norma y costumbre en Israel.» (1ª Samuel 30:22-25) (Versión La Palabra)
David y algunos de sus hombres fueron a rescatar a sus familias que habían sido hechas prisioneras; vencieron a los enemigos, rescataron a sus familiares y obtuvieron un botín. Algunos de sus hombres no quisieron compartir lo que habían ganado exponiendo sus vidas, pero David no estuvo de acuerdo con este pensamiento.
La primera reacción y la más “visceral” es la de esos hombres, cuando trabajamos duro para conseguir algo no apetece compartirlo con los que no arriesgaron nada ni hicieron nada para obtenerlo. David veía más allá, comprendió que la victoria lograda no era obra de su ejército sino de Dios. Lo habían conseguido porque Dios se lo había dado, no fue por mérito propio. Y por lo tanto lo tenían que compartir, era una forma de agradecer a Dios por lo que les había otorgado.
En la iglesia todos participamos en las batallas que se libran, en el trabajo que se realiza, ancianos, adultos, jóvenes y niños, todos tenemos nuestro lugar en el engranaje, aunque no todos tengamos el mismo rol o no podamos estar en el frente de la batalla. En el Reino de Dios todos participan de las victorias, no merecen más los que más hacen o más arriesgan (esto es del dominio del mundo), todos merecen parte “del botín”. Por ello la gracia de la salvación está al alcance de todos, sin hacer nada para merecerla. David estableció esta ley del compartir en Israel, como Dios la estableció en su Reino. Todos participan de los beneficios otorgados.
La solidaridad es un claro ejemplo en este pasaje, lo que Dios me da lo comparto con los demás aunque éstos no hayan participado directamente en el trabajo. Igual que Cristo nos salvó en su sacrificio personal en el que sufrió Él solo para que todos nosotros fuésemos beneficiados.
Oremos para que Dios nos dé poder, sabiduría, compasión y bondad para compartir con nuestros hermanos, familiares y vecinos todo lo que Él nos da. Es una de las formas en las cuales podemos dar nuestro agradecimiento al Señor y acercarnos a ese carácter que le agrada.
Genoveva Alberola