“Ninguna corrección resulta un plato de gusto cuando se recibe; al contrario, es desagradable. Mas a la postre, a quienes se sirven de ella para ejercitarse, les reporta frutos de paz y rectitud”. (Hebreos 12.11)
Lee Números 22: 1-35
La mayor parte de los textos bíblicos en los que aparece la expresión “unos a otros” en relación a cada una de las demandas (amaos, perdonaos, animaos, someteos, apoyaos, sed pacientes…) tiene como objetivo corregir alguna conducta que se estaba dando en sentido contrario. Y tal y como indica el texto de cabecera de Hebreos, para nadie resulta un plato de buen gusto el que le corrijan.
Cuando estamos escuchando un mensaje en el que se está tratando algún tema que no tenemos resuelto, ya sea el perdón, o la paciencia, o cualquier otro, nos sentimos molestos, aunque sea Dios mismo quien nos esté susurrando al oído lo que hemos de hacer. Es como cuando tenemos una herida y alguien está hurgando en ella: ¡nos duele! Pero sabemos que, si esa herida no se trata, posiblemente acabe por infectarse y producirnos un dolor mucho mayor que el que se requiere para sanarla.
En ocasiones, la Palabra de Dios es como un bálsamo para nuestra vida, nos conforta, nos alienta; pero en otras, nos corrige; es como hurgar en la herida, nos duele y nos molesta; pero qué necesario es. Lo que hemos de mirar es el resultado final, y dice el texto de Hebreos que esa corrección produce en nosotros frutos de paz y rectitud.
El concepto bíblico de paz es sentido de plenitud. El concepto de rectitud es sinónimo de hacer bien las cosas, con honestidad y justicia. A quién no le gusta sentirse pleno y tener la convicción de que lo que está haciendo está bien hecho. Ese es el fruto de aceptar que el Señor nos corrija. ¿Tenemos esa humildad en nosotros?
Pastor Elías Nofuentes