“No hagáis nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimad humildemente a los demás como superiores a vosotros mismos “(Filipenses 2:3)
Un aspecto clave de la aceptación mutua, del reconocer a los demás, es la humildad. Aceptarnos implica apartar el orgullo, la rivalidad y la vanagloria que nos impide mirar hacia afuera de nosotros mismos.
Pero el Evangelio siempre va más allá, siempre roza el extremo, el margen que tanto nos cuesta cruzar, pues al hacerlo nos salimos definitivamente de nosotros mismos. No solo se trata de aceptarnos, de recibirnos, de hacerlo incondicionalmente, sino que además Pablo nos enseña que necesitamos hacerlo considerando a los demás como superiores a nosotros mismos.
¡Qué difícil lección!, sobre todo cuando nos viene a la cabeza algunas personas en concreto. Qué difícil es considerar superior a quien nos ha herido, o a quién juzgamos por sus acciones o palabras (cosa que solo le corresponde a Dios), o a quién prejuzgamos sin conocerlo, pero cuya manera de vivir nos es ajena, diferente o simplemente no entendemos. Van de este modo edificándose barreras a nuestro alrededor, murallas de tamaño y grosor variado, que afectan de manera irremediable a nuestras relaciones.
Solo podremos eliminar estas barreras con humildad de corazón. Necesitamos dejar de buscar constantemente el reconocimiento de los demás, las expectativas que nos fabricamos de las personas que nos rodean, y en humildad prepararnos para que todo en nuestra vida dé la gloria únicamente a Dios. Jesucristo terminó su ministerio lavando los pies a sus discípulos, dando a este hecho un valor incalculable (Juan 13:12-15), y aunque muchas veces nos cuesta tanto entender la importancia del valor del servicio, la obediencia puede convertirse en la manera más directa de llegar a comprender su significado, poniendo manos a la obra, tomando la toalla y ciñéndonos con ella.
Pablo, en la carta a los filipenses, continúa hablando de como considerar a los demás como superiores a nosotros mismos, como tener siempre en cuenta los intereses de los demás primero (Filipenses 2:4), y después, de manera firme nos confronta con uno de los textos más hermosos escritos. Si hay un ejemplo de toda esta enseñanza, es el mismo Jesucristo, quién se despojó de su deidad, y se humilló en obediencia hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!, por amor a cada uno de nosotros. Y es esta humildad la que le exalta como nuestro Señor (Filipenses 2: 5-11).
REFLEXIÓN:
¿Cuál es la razón por la que te cuesta ver a algunas personas como superiores a ti mismo? Reflexiona sobre ello, y también sobre lo que Jesús hizo al morir, despojado de todo, para hacer posible lo que era imposible, poder tener la oportunidad de regresar al Padre.
Paloma Ludeña